- Fer Trejo
La bendición del buey es un episodio central de las celebraciones en honor a la Santísima Virgen de El Pueblito, en Corregidora. Hasta el último rincón de las calles es ocupado por habitantes y foráneos, quienes se unen para celebrar esta tradición con el propósito de mostrar la calidad del animal que será utilizado en el banquete del día siguiente.

Las flores artificiales y de papel, en vibrantes tonos azules, naranjas, verdes, amarillos y morados, combinan con los chiles, zanahorias, cebollas, trozos de caña y hierbas de olor que cuelgan del lomo del buey. Los cuernos puntiagudos, la mirada perdida y una profunda inspiración de aire generan en los espectadores la adrenalina suficiente para sentir el deseo de correr delante del animal.
Los bueyes descansan, adornados con elegancia, ajenos al papel que desempeñan en una tradición centenaria que no sería la misma sin su presencia. Su majestuosidad eleva el ambiente, ya cargado de devoción. Una ofrenda, que sirve como exposición, incluye canastas de mimbre, imágenes de la “Tenanchita”, representaciones del buey, cruces, incienso, fotografías de las corporaciones, flores y trajes típicos.
“Eh, eh, eh”, grita la muchedumbre emocionada, avivando los ánimos del buey desorientado. Palmadas, jalones, golpes y abucheos rodean al animal, mientras las trompetas, clarinetes, tambores y cohetes hacen explotar su instinto de supervivencia. Con unos golpes de pezuñas sobre el concreto resquebrajado, la bestia afianza su paso y sale disparada entre la multitud.

Un torbellino de adrenalina y valentía reaviva el espíritu de los más osados y despierta la curiosidad de quienes observan. Un joven, con camisa y sombrero de ala ancha, espera emocionado el momento de correr. Al escuchar el golpeteo de las pezuñas, los cientos de pies a su alrededor y los gritos de sorpresa, el muchacho suelta un grito de regocijo y emprende su carrera.
Las pisadas aceleradas acentúan la sensación de persecución, que emociona a la multitud. El esfuerzo y los rayos del sol hacen brotar el sudor del rostro sonriente y enrojecido del joven. Un empujón, un mal paso y un descuido lo derriban, magullando su cuerpo contra el suelo polvoriento.
La expresión ansiosa del joven, ahora en el suelo, se transforma en pánico al darse cuenta de que docenas de personas se precipitan hacia él. Algunos tropiezan y le propinan nuevos golpes, otros esquivan el obstáculo y unos cuantos muestran solidaridad. Un puñado de manos lo levanta, mientras el joven, avergonzado, voltea para ver cuántos se preocuparon por su caída. Sin embargo, la emoción se propaga, contagiándose con el roce de los cuerpos, y aunque no hay peligro real, el muchacho continúa su carrera entre risas y gritos.


Los menos atrevidos se amontonan en las aceras, observando el espectáculo que improvisan los valientes. “No se acerquen, que las van a tumbar”, reprende una mujer con gesto de superioridad a dos adolescentes, quienes se sienten atraídas por la emoción que les provoca la idea de que el buey, que parece tranquilo, pueda reaccionar en cualquier momento.
Las patas del animal arrancan de nuevo el conocido golpeteo sobre el pavimento, y el bullicio se intensifica. El espacio se reduce, y las muchachas, buscando refugio, se suben a una camioneta de redilas para escapar del griterío y el tumulto.
En su camino, el buey embiste el costado del improvisado refugio, provocando gritos de ansiedad y desesperación mezclados con alivio y regocijo en las adolescentes. Cuando el animal se aleja, solo queda la estela de personas corriendo por puro placer.
La emoción las impulsa a saltar y unirse a la multitud, pero el recorrido ha terminado, y el buey da la vuelta para regresar sobre sus pasos. Ahora, las muchachas, convertidas en un enredo de cabellos al viento, están al frente de la aventura, y sus rostros reflejan verdadero pánico.
“¿Dónde se van a meter?”, le grita una a la otra. “No sé, ¿no que muy chingona?”, responde la segunda, mientras ambas estallan en risas nerviosas y se aprietan en un rincón de la acera junto a la mujer de gesto severo, quien las mira con reprobación mientras menea la cabeza.